Ágora en Ándalucía
Una conversación con una amiga me ha recordado este texto que tiene casi dos años. Lo traigo aquí. Me parece que tiene un estilo parecido al de "El mecanismo del botijo", que ha sido uno de los que más ha gustado.
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Amanecía. Arrebujado con otros de su especie sobre un suelo de vegetales tiernos, notó en la espalda un aire fresco que le traía un clamor de naturaleza indómita. La luz crujía anaranjada sobre las piedras de la entrada de la cueva. Al erguirse y ver dormidos al resto del clan, se sintió identificado con ellos. Ya afuera, el primer desperezo le trajo el hambre. Calmaron la necesidad unas bayas ásperas y dulces recolectadas con urgencia en los arbustos de la suave pendiente. Pausados y cautos, el resto de congéneres salían del refugio. Cruzaban miradas, gestos y gruñidos.
Abajo, el río se recostaba en el solaz del valle. En la laguna, reflejos de sol trazaban caminos de agua dulce. Más tarde, tras preparar con toda intención unas piedras afiladas, descendió con la horda hasta el remanso. En la orilla, acuclillado, consciente de su imagen en el agua, sus manos como un cuenco le dieron de beber. El cabrilleo del lago en el medio día solar le indujo a levantar la cabeza hasta el horizonte para mirarlo en su plenitud. La contemplación le provocó una sensación armoniosa de sosiego. El homínido, inconsciente de cualquier rasgo de humanidad, sintió el deseo de contener la belleza. Curioso, miró al cielo. Durante un brevísimo instante la redondez brillante del disco solar multiplicó su sensación placentera. Entonces, una luz cegadora se apoderó de su retina nublándole la vista por algunos segundos. Su espíritu tembló con un temor desconocido.
Muchos, muchísimos miles de años después, el calor solar convertido en viento movía las panémonas mesopotámicas, y las vestales encendían el fuego utilizando copas metálicas cónicas enfocadas al sol. En el siglo V a.d.c. Sócrates hablaba de lo que hoy es uno de los principios del bioclimatismo: la orientación preferente de las edificaciones y su relación con la trayectoria y ángulo de incidencia de los rayos solares. Unos dos siglos después, cuenta la leyenda que un sabio griego llamado Arquímedes ideó un ingenio bélico formado por espejos cóncavos que concentraban los rayos solares y, como un arpón inmaterial e incendiario, los lanzaba contra las naves romanas que asediaban Siracusa incendiándolas. Otros sabios, como Tolomeo o Hiparco, utilizaron los rayos para contribuir al desarrollo de la geometría y a la invención de la trigonometría en las regiones del Nilo. Eratóstenes, en el III a.d.c., curioso y observador, mirando la longitud de las sombras, el ángulo altura solar, y contando estadios entre Alejandría y Siena pronosticó la redondez de la tierra y calculó su diámetro con asombrosa precisión. Tal demostración de inteligencia del director de la biblioteca de Alejandría tuvo lugar dieciocho siglos antes de que Galileo se retractara de una científica, pero irreverente, aseveración: que la tierra era redonda y giraba en torno al sol. Ya en el 1600, la luz cegadora había quemado a Giordano Bruno en una pira romana.
Este fin de semana he visto Ágora, la última película de Amenábar. Una recuperación cinematográfica del cine grandioso, recuerda a Cecil B. de Mille y a la Guerra de las Galaxias. Sí, puedo hacer alguna crítica, pero no la haré porque me parece débil frente a los grandes mensajes que trasmite. Me alegra que esté siendo vista por millones de personas. La Ciencia frente a las religiones, la necesaria separación iglesia estado, la duda frente a la creencia, la filosofía frente al oscurantismo. Todo representado por la mujer Hipatia.
Una escena me pareció conmovedora. Hipatia persigue el conocimiento, ¿nos engañan los sentidos?, ¿qué y cómo se mueve?, ¿la tierra, el sol, los astros? La elipse lo explica, ella lo descubre y justo un segundo después se pregunta si tal vez no esté equivocada. Eso es la ciencia: el reino de la duda. Mil doscientos años después Kepler le da forma matemática al movimiento de los planetas entorno al sol. La predicción de Hipatia.
Andalucía debería tomarse en serio la única salida viable y autónoma a la crisis energética y climática que vivimos, aumentando el uso de las renovables, la eficiencia energética y promoviendo la investigación técnica y científica en este campo. El fruto de la ciencia de los siglos XVI al XX, desde el horno solar de Lavoisier, hasta la invención del las células fotovoltaicas, las células de combustible, y las aplicaciones de las leyes de la óptica, la termodinámica, la dinámica de fluidos, y del vasto conocimiento químico y bioquímico a los nuevos ingenios solares impedirá una nueva ceguera, mas turbadora y menos momentánea, que la de nuestro ancestral antepasado. El camino recorrido habrá merecido la pena. Hipatia no debe sufrir un nuevo sacrificio.