Sobre la ciudad (6 de 8)
Sobre la ciudad 6
Hoy, la mayoría de nuestras ciudades no absorben población suficiente para justificar la enorme demanda de suelo urbano. Crecen por crecer. Se abandonan los centros históricos y se utiliza el bien inmobiliario como inversión segura de capital. La modificación del uso del suelo genera plusvalías que repercuten en los ingresos municipales, pero que requieren inversiones y estructuras de servicios cada vez más caras. La dependencia de los ayuntamientos del sector de la construcción antepone los intereses sectoriales a los intereses ciudadanos. Los centros históricos o tradicionales, deteriorados por la falta de respeto por el pasado y salpicados de aberraciones constructivas en aras de una modernidad de relumbrón, se rehabilitan, en el mejor de los casos, con políticas de recuperación y mantenimiento de fachadas y formas, en tanto sufren una compartimentación interior de las viviendas que, junto con su elevado precio, hacen imposible su ocupación por familias medias. Nuestras ciudades históricas convierten sus cascos antiguos en frenesíes turísticos, o en exclusivos centros comerciales abiertos. En centros hosteleros de día y centros hoteleros de noche. La ciudad pasa de ser un lugar de convivencia y diversidad social a un objeto dedicado exclusivamente a la oferta turística y al mercado. La ciudad en venta y para la venta.
Al mismo tiempo, la imitación del modelo de urbanismo difuso norteamericano, hace crecer las urbanizaciones deslavazadas de la trama urbana. Los promotores presionan sobre los territorios menos abruptos y sobre los más próximos a vías de comunicación; a veces, las tierras preferidas coinciden con las más fértiles. Es bien conocida la expresión “a cinco minutos del centro” o “a quince minutos…”, según el tamaño de la ciudad. En los últimos años, en España, la elevación del nivel medio de renta familiar, favorecido principalmente por la incorporación de la mujer al mercado de trabajo[2], y por la oferta de dinero a interés bajo, consecuencia de la convergencia con parámetros económicos fijados por la U.E., junto con la aceptación social de la propiedad inmobiliaria como un indicador de estatus (al igual que el modelo de vehículo) han actuado de fermentos para fomentar el mercado de la segunda residencia. Este mercado presiona básicamente sobre el litoral. La demanda se ha extendido allende nuestras fronteras, alentada, indudablemente, por la climatología y los eslóganes turístico-comerciales del tipo “Spain, a country under the sun” o “Urbanización con vistas al mar”. Las manchas de urbanizaciones en el territorio interior se corresponden con las franjas de urbanizaciones costeras, productos del mismo modelo destructivo. Pero hay más, no contentos con la destrucción de nuestro litoral en sus dos terceras partes, un nuevo fenómeno ha venido a agravar los problemas medioambientales derivados del uso urbanístico indiscriminado del territorio: las vistas al mar están siendo transformadas por vistas al campo de golf. Así, el uso mercantil y especulativo del suelo y de la propiedad inmobiliaria inunda el territorio de ladrillos, alquitrán y hormigón convirtiendo a las ciudades y pueblos en “no ciudades”, y al resto del territorio en una conurbación residencial llena de unifamiliares, pisos y apartamentos desocupados la mayor parte del año.
Todo crecimiento urbano va obligatoriamente acompañado del crecimiento de las redes. Entre ellas, las redes energéticas, de agua y viarias son las imprescindibles para soportar al resto del entramado de servicios. La dispersión de la población en las conurbaciones dificulta y encarece la implantación de los servicios públicos. La educación, la sanidad, la movilidad, la seguridad públicas se ven dañadas o impedidas. Por otro lado, la descontextualización de las actividades humanas y ciudadanas obstruye la percepción de la comunidad e induce al incremento de comportamientos grupales antisociales (los efectos del botellón son un buen ejemplo de ello). El modelo de ciudad dispersa no tiene en cuenta la necesidad de servicios públicos gratuitos y universales. La ciudad se deshumaniza pasando de ser el centro de la vida en comunidad, la vida humana por excelencia, a ser un lugar en el que se habita y, muchas veces, se sobrevive.
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[2] Es como sí el sector financiero y el de la construcción, en un cálculo preciso, hubieran decidido apropiarse, como mínimo, de uno de los sueldos de la pareja durante varios decenios. El trabajo de los dos miembros de la pareja no ha repercutido sobre la mejora de la educación y las relaciones familiares. El tiempo libre, el de fin de semana y vacaciones, queda obligado para el consumo y las compras necesarias.
Ilustración: Berlín, arte callejero.
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