Una ciudad como un bosque
Si nuestra ciudad fuera como un bosque amaríamos los árboles que la habitan, no los dañaríamos, curaríamos sus enfermedades y acompañaríamos sus desdichas. Si nuestra ciudad fuera como un bosque, los edificios imitarían a los árboles y aprovecharían la energía solar que atina en sus azoteas, tejados y fachadas; como las hojas realizan su función clorofílica, la fotosíntesis urbana de calor y electricidad evitaría gases cargados de molestias. Si nuestra ciudad fuera como un bosque, el aire que acarica los valles de sus ríos revolotearía en las fuentes y calveros para colarse por los balcones en verano. Si nuestra ciudad fuera como un bosque, las hojas caerían en otoño para que el sol calara los ventanales.
Si nuestra ciudad fuera como un bosque sus ríos y sus acequias juguetearían a la vista, y tendrían riberas, paseos con olmos, castaños y alamedas. En el bosque, las aceras serían amplias y llenas de banquitos a la sombra, las paradas de autobús no quemarían, como quema la chapa metálica de sus asientos. Sería raro ver un coche o una moto, porque el bosque invita al paseo y al encuentro. El ruido no existiría y solo conoceríamos el rumor de la vida en el bosque.
Si nuestra ciudad fuera como un bosque, los desechos serían mínimos y reciclables. Si nuestra ciudad fuera como un bosque, sus pavimentos serían porosos y no recolectarían el calor del verano, ni el frío del invierno. Si nuestra ciudad fuera como un bosque, la recorrerían los tranvías y las bicicletas. Si nuestra ciudad fuera como un bosque estarían prohibidas las altísimas torres de hormigón y cristal. Si nuestra ciudad fuera como un bosque no nos importaría mancharnos de vez en cuando los zapatos, ni que los niños jugaran con la tierra. Ni nos molestaría el piar de los pájaros, ni el pulular de los ratoncillos en los arriates.
Si nuestra ciudad fuera como un bosque el arte inundaría sus rincones y las gentes llevarían esbozada la sonrisa en el rostro. El aire estaría oxigenado y limpio. Si nuestra ciudad fuera como un bosque, las constructoras y los arquitectos serían amigos de todos y no solo de los concejales de urbanismo. Si nuestra ciudad fuera como un bosque habría muchas gentes que entienden que el debate está donde están las necesidades de las personas, y no donde están las ilusiones ópticas de políticos codiciosos y complacientes.
Pero, nuestra ciudad se convierte en escombro de alameda. Sus calles se transforman en cauces negros sin orillas, y sus plazas en techos de piedra que despiden el calor de los motores que alberga su oquedad oscura. Presiente, siempre, la ciudad, nuevas agresiones infames… Y se cumplen.
*Ilustración: Bosque de Oma de Agustín Ibarrola
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