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Blog de Mario Ortega

Sobre la ciudad (1 de 8)

Sobre la ciudad (1 de 8)

Inicio ocho entregas, para no hacer unos posts demasiado extensos. Este texto ya lo he publicado en otras web y está inserto en el trabajo que hice con mi amigo Jesús García Ecología Ciudadana.

Sobre la ciudad 1

Vivimos en un mundo urbanizado. Pudiera decirse que allá por donde un ejemplar de la especie humana se pasea, un halo de urbanismo recorre el espacio como una sombra. El entono urbano por excelencia es la ciudad, aunque hoy día no haya lugar sobre la tierra, desde el Everest hasta el mar (y más al fondo), donde no se observen señales de “civilización”. La ciudad es un producto de nuestra capacidad técnica. La primera función de la técnica consistió en facilitar las duras tareas de la vida cotidiana, de la caza y de la guerra. «La técnica es lo contrario de la adaptación del sujeto al medio, puesto que es la adaptación del medio al sujeto»[1], adaptación que se realiza no solo para vivir, si no para vivir bien.

En el siglo I a.C., el arquitecto romano Marco Lucio Vitruvio, relató de forma fabulada la aparición de las primeras sociedades, el origen de las edificaciones y de los progresos de la humanidad, como consecuencia del descubrimiento del fuego y del agrado de su calor. Dice Vitruvio:

«Los hombres, primitivamente, nacían como las fieras, en las selvas, en los bosques y en las cuevas, y pasaban su vida alimentándose con  los frutos naturales de la tierra. Y ocurrió que en un determinado lugar, unos árboles que estaban muy juntos los unos contra los otros, agitados por un viento tempestuosos, al rozarse unas ramas con otras, se encendieron: y entonces los que estaban en las proximidades, aterrados por la violencia de las llamas se pusieron en fuga. Pero poco después, mitigado el fuego y recobrada la tranquilidad, se fueron aproximando, y dándose cuenta de que aquel calor templado era una gran comodidad, añadieron leña, mantuvieron el fuego, y llamando a otros hombres por señas les dieron a entender los provechos que podrían obtener del fuego. En aquellas reuniones, los hombres, al principio lanzando diferentes sonidos unos de una manera y otros de otra, fueron de día en día creando vocablos; luego, empleando los mismos sonidos para designar las cosas más usuales, comenzaron por casualidad a hablar, y así formaron su idioma.

Por tanto con ocasión del fuego surgieron entre los hombres las reuniones, las asambleas y la vida en común, que cada vez se fueron viendo más concurridas en un mismo lugar; y como, a diferencia de los demás animales, los hombres han recibido de la naturaleza el privilegio de andar erguidos y no inclinados hacia la tierra y el poder de contemplar la magnificencia del mundo y de las estrellas; y secundariamente, la aptitud de hacer con gran facilidad con sus manos y los órganos de su cuerpo todo cuento se proponen, comenzaron unos a procurarse techado utilizando ramas y otros a cavar grutas bajo los montes, y algunos a hacer, imitando los nidos de las golondrinas con barro y ramas, recintos donde poder guarecerse. Luego, otros, observando los techos de sus vecinos y añadiéndole ideas nuevas, fueron de día en día mejorando los tipos de sus chozas. Y como los hombres son por naturaleza imitadores y dóciles, haciendo alarde cada día de sus nuevas invenciones, se mostraban unos a otros la mejora de sus edificaciones, y ejercitando así su ingenio fueron de grado en grado mejorando sus gustos…

Habiendo sido estos, pues, los principios….fueron elevándose gradualmente de la construcción de edificios a otros conocimientos y prácticas de las restantes artes, pasando de una vida inculta y agreste a otra pacífica y estable…

Después, merced a continuas experiencias y a estudiadas observaciones…, y dándose cuenta de que la naturaleza les suministraba con manos espléndidas madera y toda clase de materiales de construcción, se sirvieron de ellos, los aumentaron con su cultivo, y de este modo acrecieron con el auxilio de las artes las comodidades y delicadeza de la vida humana.»[2]

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[1] Ortega y Gasset: Meditación de la técnica. Madrid, 2000, Alianza Editorial, p. 31 a 34.

[2] Marco Lucio Vitruvio: Los diez libros de la arquiectura. Libro segundo, Capítulo primero, “De la vida de los hombres primitivos y de los principios de la humanidad, así como del origen de los edificios y de sus progresos”. Barcelona, 1997, Iberia, p. 35 a 38.

Ilustración: La danza de Henrie Matisse

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