EL FUTURO Y SUS AMIGOS*
De diversas maneras hipotecamos socialmente el futuro y ejercemos
sobre las generaciones venideras una verdadera expropiación temporal.
Daniel Innerarity
Hace unas semanas asistí a la conferencia de un poeta y ensayista afamado en el mundillo del ecologismo. La intervención erudita e histórica dibujó un panorama desolador del pasado tecnológico-político y sus consecuencias sobre el presente social y terráqueo. Al finalizar se abrió el turno de preguntas, levanté la mano, –me gustaría saber si, tras lo que nos ha contado, existe un espacio para el optimismo, el lugar necesario para la acción política, y si existe, dónde está.– La concisa respuesta me dejó estupefacto, –optimismo y pesimismo no son categorías aplicables a la política, dijo Riechmann.– Obviamente yo esgrimía la tradicional pregunta de la acción política de izquierdas: ¿qué hacer?, enmascarada por una solicitud de respuesta esperanzadora.
Deseaba una respuesta alegre en una sala llena de público universitario joven, una respuesta comprometida y vivaz. Tras el ascenso del ecologismo político europeo comandado por la alianza “Europa Ecológica” francesa, la respuesta plausible era –el espacio para la acción política con futuro está en la ecología política.– Pero el intelectual no se mojó, eludió el envite y potenció la desesperanza entre el público asistente. Creo que fue honrado en su respuesta, pero también que estuvo equivocado.
Tal vez la intelectualidad se haya acostumbrado a vivir entre el pasado, el presente y el mañana inmediato, tal vez ya nadie quiera apostar por gobernar la incertidumbre del futuro. Somos devorados por el día a día, nos envuelve el tic tac del reloj, desconocemos que somos tiempo futuro, que somos lo que aún no somos. Este podría ser justamente el mal de la política actual, renunciar al futuro, renunciar a las utopías colectivas, vivir en el permanente presente, gestionar o mal gestionar las emergencias sociales, económicas y ambientales. Efectivamente, hurtado el debate sobre nuestro futuro común, no hay lugar para el optimismo, único suelo sobre el que crece la esperanza política.
La vieja política que proponía mundos ideales colectivos ya no existe, ha sido engullida por el individualismo militante. Por eso, cuando la política con mayúsculas se hace repentinamente necesaria, al revolver de la esquina, en el barrio, ante el desempleo, frente a nuestras hipotecas, contra los desmanes ambientales o urbanísticos, frente a las desigualdades y discriminaciones entre individuos y géneros, ante los despidos masivos o las propuestas ultraliberales, surge únicamente como acción reactiva producto de una revelación instantánea, la que descubre que los problemas individuales son los problemas de la sociedad. No existe persona si no existe sociedad, somos coro y personaje a un tiempo, pero esta evidencia no está interiorizada en ningún actor político, sencillamente ha caído en el olvido.
Necesitamos introducir el tiempo futuro en la política, único modo de ralentizar el presente, de hacerlo reflexivo. Indagar en el futuro para marcar direcciones de acción política. Es más importante el sentido que la velocidad, son más importantes los caminos posibles que las metas. No podemos renunciar a gobernar la incertidumbre, a influir en el futuro. Necesitamos desacelerar los procesos de decisión para gobernar el futuro, “vísteme despacio que tengo prisa” cobra sentido ante el paso implacable del tiempo. Tenemos prisa por conocer el futuro, para conocerlo bien debemos de ser cautos, precavidos, persistentes, lentos, científicos. Las nuevas grandes leyes propuestas por la política para conseguir una sociedad mas justa tienen que introducir la indagación, la prospección y el pronóstico para gobernar la incertidumbre futura. La responsabilidad individual, corporativa e institucional, el principio de precaución, los mecanismos de evaluación, y los procesos de corrección de las desviaciones de los fines de las leyes deben incorporarse al sistema social junto con marcos deliberativos y participativos. Debemos caminar hacia una democracia profunda, social y parlamentaria a un tiempo.
Hay futuro solo si existe la esperanza. No es tanto que otro mundo sea posible, que lo es, como que otro mundo es necesario. Necesitamos la esperanza sustentada sobre el conocimiento, no ensoñaciones, sí acción política que tenga en cuenta el futuro.
* Invierto el título de libro “El futuro y sus enemigos” de Daniel Innerarity en editorial Paidós.
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